("Fur: An imaginaire portrait of Diane Arbus")
Comentarios, originalmente publicados en
Revista f:8, sobre la película recién estrenada en Chile
Nicole Kidman, en FURDiane Arbus fue, y tal vez sigue siendo, una de mis fotógrafas favoritas. De modo que esperé con bastante expectación la llegada a Chile del film Fur (Pieles) del director Steve Shainberg. Me preguntaba ¿de que manera podría conseguirse un acercamiento a esta fotógrafa creadora de imágenes tan poderosas e inolvidables? Ciertamente que se trata de un gran desafío.
La opción que tomó el director se basa libremente en la biografía escrita por Patricia Bosworth —también co-productora del film— quién escribiera igualmente una biografía de los actores Montgomery Clift y Marlon Brando. Tal como en su libro, en la película no se encuentra ni una sola imagen tomada por la fotógrafa, probablemente debido a la oposición del Estate of Diane Arbus, legendariamente conocido por su celo en la facilitación de imágenes. La narración entonces, hace honor al nombre de la película, es decir se zambulle en un imaginario aún menos esclarecedor que la propias imágenes de la autora.
Diane Arbus, Identical Twins, Roselle, New Jersey, 1967Diane, —cuyo nombre, se nos informa en el film, debe ser pronunciado como si fuera leído en español Di-ane, quizás por el origen ruso de su padre Nemerov, el polaco de su madre Russek o por ser judíos— se encuentra en un mundo de riqueza procurado por el negocio de pieles, centrado en una lujosa tienda y estudio publicitario situado en la Quinta Avenida en Manhattan. Es aquí donde encontramos a Diane Arbus quien luego de 11 años de trabajo como directora de arte del estudio descubre una suerte de alter-ego, ¿simbólicamente su lado oscuro? en la persona de un peludo inquilino de nombre Lionel.
Richard Avedon y sus retratos en formato cuadradoRichard Avedon, Marilyn Monroe, New York, 1957El descubrimiento de tal personaje o parte sombría de su personalidad, arrastra a Diane a una suerte de metamórfosis, que uno más bien debe imaginar pues Nicole Kidman no cambia en nada su expresión de belleza estupefacta durante toda la proyección, expresado en un "oh" perenne dibujado en su perfecta boquita y ceño apenas esbozado pero persistente. Este proceso de autoconocimiento termina supuestamente, no así su expresión, con la fusión de ambas personalidades de manera bastante previsible, lo que nos deja una Diane lista para la acción, cámara en ristre para su recorrido por la freakería estadounidense.
La historia nos lleva a la hipótesis del descubrimiento y la metamorfosis hacia un mundo oculto, alejándola de su glamorosa y tediosa realidad junto a un inexpresivo marido y que curiosamente se conecta “freudianamente” con el negocio de pieles de sus padres. ¿Porqué la elección de esta pilosa conexión? ¿Acaso será ella también una futura marchante de pieles? ¿Una coleccionista de scalps humanos, en búsqueda del animal más raro y difícil de atrapar? Ciertamente la película no nos sugiere nada de eso, muy por el contrario, intenta alejarla del mundo del dinero, poder y ambiciones, que han sido el habitat natural de toda su vida, como una rebelde con causa, orientada empáticamente hacia personas que viven en los márgenes de la "normalidad" norteamericana. Quizás el film pretenda sugerir la búsqueda de algún nuevo tipo de verdad escencial.
La película, como otros ya lo han mencionado, nos presenta una suerte de "Diane en el país de la maravillas" al encuentro de la "Bella y la Bestia", cuya trama se desarrolla en los aposentos del "Fantasma de la Opera"; todo muy propio del habitual irrealismo del cine estadounidense. El rol de Nicole Kidman, sobreactuado en su papel de perfecta belleza, llena de curiosidad por el "otro", es aderezado por una música de fondo que anuncia, a cada paso, grandes amenazas o sorpresas que no llegarán jamás. Si no se tratara de un film sobre Diane Nemerov, apellidada Arbus por su marido (con quien se relacionara desde los 13 años de edad), se trataría de una película sin ton ni son. Como se trata del retrato imaginario de una artista célebre, la hipótesis de una niñita bien, llena de tacto y prudencia, ceremoniosa y compasiva hacia los personajes de su nuevo mundo, muy poco nos ilumina sobre la fuerza y locura que encontramos en muchas de sus fotografías, más propias de un cazador de leones que de una chica permanentemente sorprendida.
Niño con una granada de juguete. Central Park. NY, 1962Existe en todos las sociedades la necesidad de reescribir la historia según la ideología de turno, creo que no es diferente en este caso. Si hay algo evidente en Diane Arbus es que sus fotos transpiran turbias intenciones, críticas a mansalva y traición hacia sus sujetos. Todo esto, que es muy propio de cualquier artista notable, es anulado por la asepsia del film. Toda su violenta o incluso destructiva humanidad, que la llevaría a acabar con su propia vida, gracias a una sopa de barbitúricos doblado del corte de sus muñecas, es soslayado en función de la idealización de su persona. El aporte de Arbus junto a su innegable habilidad para perseguir el objeto de sus deseos hasta las madrigueras más inaccesibles de la sociedad, involucrándose incluso sexualmente con el, es su enorme talento gráfico-sintáctico, su capacidad para construir de manera demoledora y gran economía una representación ambigua llena de subentendidos, un "realismo" fabricado a medida para mostrar a las personas en su estado de mayor vulnerabilidad o incerteza. Es en las planchas contacto de sus negativos que esta metodología, muy subjetiva, se aprecia en todo su esplendor. Es el caso, por ejemplo del "gigante judío en casa de sus padres" o del "niño con una granada de juguete en Central Park". En ambos casos, y como es habitual en su fotografía, la elección recae en el único fotograma donde los personajes están mostrados
at worst (bajo su peor luz). Como comentaría el escritor Norman Miller, luego de una sesión fotográfica: “Darle una cámara a Diane Arbus es como darle una granada de mano a un bebé”.
Diane Arbus, Gigante judío en casa con sus padres en el Bronx, New York, 1970Tal vez sea importante destacar que la obra de Diane Arbus no se genera simplemente en sus fantasmas y conflictos personales o familiares. Su trabajo se debe indudablemente a su disciplinado ojo de directora de arte de fotografía de moda, a su persistencia, entusiasmo, compromiso y también al apoyo e influencia de sus pares contemporáneos. Es necesario, por ejemplo, mencionar el rol de la exilada europea Lisette Model (Elise Stern), quién en la New York's New School for Social Research en 1956 y 1957, la pone en el camino de la documentación de seres marginales y cuyas imágenes tienen un notable parecido a las imágenes de su pupila estrella. La cercana amistad con Richard Avedon, también hijo de judíos rusos dedicados a la moda, y la obvia influencia de sus retratos y soluciones formales minimalistas (la presencia del borde del negativo y del formato cuadrado). También deberíamos mencionar a Marvin Israel, quien será su amante en vida y mentor hasta después de su muerte publicando sus obras de manera póstuma y que la empujará a explorar sus lados sexuales más oscuros y a afirmar el estilo Arbus a través del estudio de la obra de August Sanders; el ruso Alexey Brodovitch director de arte de la revista Harper’s Bazaar de gran influencia para todos los que trabajaran para ella y que fuera su profesor junto a Berenice Abbot tambien en la New York's New School for Social Research. No podemos dejar de mencionar al influyente John Szarkowski, director del Museo de Arte Moderno (Moma), quien la instaría el año 1962 a trocar la cámara 35 mm por el formato medio y que igualmente la incluiría en la importante exposición New Documents junto a Lee Friedlander y Garry Winogrand. Tampoco es inútil recordar la admiración pública que expresaba Diane Arbus por el trabajo de Weege (Usher Fellig) en los bajos fondos del New York nocturno.
Lisette Model, Hermaphrodita, New York 1945Los medios, así como las personas que muchas veces trabajaban en ellos, también fueron de gran influencia y apoyo en su trabajo. Sus fotografías más conocidas fueron inicialmente publicadas allí por encargo de revistas como: The New York Times Magazine, Harper's Bazaar, Esquire, Newsweek, New York Magazine y el London Sunday Times Magazine para nutrir las emociones fuertes de sus lectores. Finalmente, no solo por el apoyo material, sino por el reconocimiento institucional, es necesario considerar el incentivo de las dos becas Guggenheim que recibió en 1963 por “Ritos americanos, maneras y costumbres” y en 1966 por “Campo de nudistas”, para mantenerla fiel a su temática.
Lisette Model, Mujer con velo, San Francisco 1949Diane Arbus, Mujer con velo en la V avenida, New York, 1968En resumen, no solo es su familia, su vida personal, sus depresiones constantes heredadas de su madre, su gusto por el riesgo heredados de su padre y su abuelo que eran jugadores empedernidos, la sordidez y cinísmo del mundo adinerado de la Quinta Avenida, sino también su aprendizaje de otros artistas, su persistencia y gran disciplina lo esencial en su obra. En sus obra es importante la planificación del acceso para llegar a sus sujetos, el tiempo invertido en cada uno de ellos, la capacidad para involucrarse en su mundo y sobre todo sus búsquedas formales, sus soluciones técnicas expresivas (como el fill-in flash) y el desarrollo en múltiples variaciones de un tema personal con el cual resonaba —tal vez una revancha contra el glamour de la moda— que le permitió mantenerse económicamente y además aportar a la historia de la fotografía, quedando fatalmente corta en llenar sus propias y humanas necesidades. ¿Quien sabe si la fotografía no le permitió más bien prolongar su vida algunos años más, en lugar de conducirla a la debacle, como piensan algunos críticos? Después de todo su tema, no era una aberración, sino simplemente la fijación en otro aspecto de las personas, que si bien comenzó centrándose en los freaks, luego demostró que cualquier persona tomada en un momento preciso, podía también ser un de ellos; que en definitiva todo dependia como se nos quisiera mostrar.
Weegee (Usher Feelig)
Diane Arbus es tal vez una fotógrafa maldita, como en literatura lo serian Allan Poe, Charles Baudelaire, James Joyce o Charles Bukowski. En este sentido también es interesante leer la experiencia, aparentemente traumatizante, de
Germaine Greer, quien luego de ser fotografiada por Diane Arbus la acusó de no buscar más que anteponer una máscara enfermiza al rostro de cada persona, y que era eso lo que realmente fotografiaba. ¿Es entonces necesario idealizarla, darle un aura políticamente correcta y transformarla en una virgen compasiva, para que podamos apreciarla mejor? En absoluto. Nos apasiona su compleja dimensión, tal y como la representan sus propias fotografías. Quizás solamente sea a través de estas últimas que podremos sentirnos cerca de ella y de su legado. La propia Diane Arbus opinaba que la fotografía, “mientras más te dice, menos comprendes”. Tal vez simplemente ese era su objetivo, no dejar que las etiquetas nos hicieran perder nuestra capacidad de observación de la naturaleza humana. De modo que tampoco es necesario que la transformemos a ella misma en una etiqueta más.